sábado, 4 de octubre de 2008

Poder perecedero.

Échenle ustedes pinceladas magistrales de Valdés Leal en los cuadros impresionantes de la Iglesia sevillana de la Santa Caridad. “En un abrir y cerrar de ojos” pasamos de la vida al Más Allá y en el mismo parpadeo se le van a los poderosos los oropeles y se quedan como el gallo de Morón.

Habrán sabido que los vocales salientes del Consejo General del Poder Judicial sufrieron en sus honorables carnes, en el mismo sitio y a la misma hora que lamentaba el quejido del flamenquito, la cruda realidad a la que se ven sometidos aquellos que ostentaron un cargo cuando el dedo omnipotente que los puso allí deja de apretarlos sobre el mullido cojin de su sillón.

Se ha divulgado una frase lapidaria que puede incluso alcanzar los honores de la consagración de aquella otra, “ni está ni se le espera”, que resumía el último capítulo de la aventura golpista. Cuentan que el mismo veintidós de septiembre, el día anterior al fijado para que los nuevos miembros tomaran posesión de sus cargos jurando en el Palacio de la Zarzuela ante el Rey, alguien llamó por teléfono para preguntar por don Enrique López que hasta unas horas antes e incluso en aquel mismo momento era todavía el portavoz del Consejo y que la contestación de la telefonista o del telefonisto (un besito para Bibiana) fue escueta: “Ese señor ya no pinta nada aquí”.

El suceso anecdótico se extiende a la contemplación de sus señorías desplazándose al Palacio en sus propios vehículos e incluso llegando a él en autobús o en taxi sin tener medio disponible alguno, holgado y cómodo, con que retirar de sus despachos, ocupados por todos ellos hasta la jornada anterior, sus efectos privados.
Ya no tenían ni coche oficial, ni chofer uniformado del Ministerio, ni escoltas personales.
Todo con la fría diligencia de “un abrir y cerrar de ojos”.

Y abiertas como platos debieron quedárseles las retinas a sus honorables personas cuando, días más tarde, acudieron a la apertura del Año Judicial y se encontraron con la desagradable sorpresa de que nadie les había reservado asiento por lo que cada cual hubo de encontrar sitio allí dónde pudo. Y de pié, aguantando la lanzada de los callos.

Todo esto me ha hecho recordar la vez en la que fui invitado a la toma de posesión del Director General de Radio y Televisión y de algunos altos mandos de su equipo dirigente.
Llegué temprano al edificio y aun no había casi nadie. Subí las anchas escaleras y me vi en un amplio pasillo enmoquetado en cuyo extremo se sentaba tras una mesa un ordenanza correctamente uniformado de azul con ostentosas bocamangas fileteadas con galones dorados. Leía un periódico del día. Le saludé. Me contestó con desgana y, para iniciar una conversación, le pregunte lo obvio:

-- ¿Qué?... Leyendo la prensa, ¿verdad?

-- Sí, señor, me dijo. Y aquí, esperando, a ver si llegan los eventuales.

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