viernes, 17 de abril de 2009

Pregones taurinos.

Empieza el serial de toros y ya se han oído los dos más importantes pregones que ensalzan la Fiesta Nacional desde la ciudad que le sirvió de cuna, el de la Maestranza y el Ayuntamiento y el de la Tertulia Los Trece y el Ateneo. Este año, en el primero estuvo Carlos Herrera.En el segundo, Carlos Crivell. Este,presentado por Carlos Trejo. En España, hubo una época en la que había que llamarse Carlos para ser rey. Aquí, en esta ocasión, ha parecido que había que llamarse Carlos para hablar bien de toros y toreros.

Al de Herrera no pude asistir, con lo que me libré del riesgo de haberme quedado compuesto y sin pregón como sucedió a los que se vieron ante las puertas del Lope de Vega, cerradas a cal y canto por over booking. En el segundo encontré asiento en las últimas filas de la remozada sala de actos de la Docta Casa y disfruté como sevillano aficionado con las palabras del doctor Crivell.

El Pregón taurino sigue la pauta del Pregón de Semana Santa lo que de principio no está mal. Suena la música al comienzo de la ceremonia, ocupa el atril el presentador del orador, vuelve a intervenir la Banda Municipal y habla el Pregonero.
Las autoridades ocupan una fila de sillones al fondo del escenario y hay adornos de macetones con plantas y reposteros.

Hoy creo que debía introducirse alguna que otra modificación. Yo propondría que en vez de los sillones se edificase un decorado del palco maestrante en el que se sentarían las autoridades y que el charlista lo hiciese detrás de un burladero en vez de apoyarse en el repetido ambón. Y, sobre todo, que en algún lugar del teatro se asomase un clarinero dispuesto a enviar un sonoro aviso al ensalzador que superase en cinco minutos la hora de monólogo; el segundo, transcurridos quince y el tercero y último pasados diez más. En este instante, es decir a la hora y media de faena vocal, se apagaría la escena y se encendería la sala, quedando autorizados los espectadores a levantarse y abandonar el teatro.

Carlos Crivell habló exactamente sesenta minutos. Y dijo lo que tenía que decir. Con sevillanía, con sentimiento, con inteligencia y con gracia para salpicar algunos momentos. Una faena redonda.

Llegar a la dos horas y veinte minutos como se permitió el pregonero último de la Semana Santa, es una apuesta arriesgada de no haber manifestado antes el deseo de entrar en el libro Guinness de los records.

La oratoria del Pregón tiene entidad propia. Desborda los moldes establecidos para la religiosa, la forense y la parlamentaria. Debe servirse de la lírica, pero no hay que pasarse y abandonar el intento si conscientemente el charlista no mantiene frecuentes contactos con las musas.

Esto es lo que hizo Crivell. En la cena en su honor que le brindó la Tertulia anunció su propósito de no seguir por el camino pregoneril. Veremos si le dejan las empresas.

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