domingo, 14 de marzo de 2010

Hermanos colaboradores y hermanos metepatas.-

Las Hermandades y Cofradías son entes en donde la vida de relación adquiere diversas manifestaciones que van desde la simple convivencia diaria entre los hermanos a la abierta vida social por más que los ortodoxos y puristas, con sobrada razón, detesten el término y hasta pretendan proscribirlo como ajeno.

Y en esta multiplicidad de situaciones se dan dos tipos de hermanos, los que siempre colaboran con delicadeza y acierto y los que, aunque ellos mismos no lo quieran y generalmente ni siquiera lo sepan, son unos metepatas irreductibles porque así fueron paridos y ya se sabe que lo que la naturaleza no da Salamanca no lo presta. Frase que nos devuelve a los siglos idos en los que a la Universidad salmantina se enviaba a los zoquetes más encumbrados para tratar de que en sus aulas de renombre se obrase el milagro de infundirles la ciencia que, por sus propias fuerzas, eran incapaces de conseguir. O sea lo mismo que se hace hoy con los centros que se erigen en sucursales de universidades foráneas en donde hacen la carrera todos aquellos que han sido incapaces de alcanzar el baremo de corte para ingresar en la pública.

Los hermanos que saben colaborar con oportunidad y mesura obrarán siempre en beneficio de su Junta de Gobierno y por ende de su Hermandad. Los otros, no. Los metepatas desde nacimiento serán capaces de crear situaciones difíciles dentro de la más absoluta normalidad y problemas irresolutos encasillados en la más tranquilizante cadena de soluciones.

Y esto se advierte y resalta con tintas ingratas cuando la cofradía abre sus puertas y se proyecta al exterior que es precisamente el momento que aprovechan los inoportunos para ejercer sus escondidas habilidades entorpecedoras.

Los rectores de estas corporaciones deberán anotarlo en sus más íntimos cuadernos de instrucciones personales. Cuidado con los metepatas. Son buena gente, pero se muestran capaces de crear un naufragio en un estanque. Lo conveniente es disimularlos, diluirlos entre los demás que no participan de su condición y, por supuesto, no situarlos nunca allí donde puedan ocasionar fricciones con el exterior.

Nada más peligroso que colocar a un metepatas en una puerta cuando el recinto se llena. Dejará pasar a los que más estorben y prohibirá el acceso a la prensa gráfica.Por ejemplo. Y sin ganas de señalar. Con ello se irá a su casa contento y satisfecho creyendo que ha hecho lo que debía reconviniendo a los fotoperiodistas retrasados por no haber llegado con antelación… aunque al día siguiente no aparezcan ni las fotos en los periódicos ni las secuencias en TV al no poder ser captadas por su diligente actividad.

Por eso el metepatas es absolutamente imprescindible en una cofradía. Sin él cualquier acto extraordinario carecería de la emoción de lo imprevisto y resultaría perfectamente aburrido.

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