domingo, 11 de diciembre de 2011

Días de azul y oro

Se fueron los días de azul y oro, esas jornadas felices que la AEMET reduce a la turgencia de las isobaras y la inexpresividad gráfica de los anticiclones y las borrascas.

El censurado puente de los varios ojos que, desde el viernes dos al domingo once, ha extendido un acueducto de holganza, incomprensible para la severa mirada de la exigencia laboral, se ha desarrollado con un tiempo esplendido de suave luz y tamizado azul en los cielos que han hecho recordar al mejor Murillo.

Los expertos dicen que nadie como él supo recoger esta claridad celeste y traducirla con la magia de sus pinceles para que permaneciese inmortalizada en sus lienzos.

Enamorado de esta luminosidad incomparable, don Bartolomé Esteban no quiso abandonar nunca la ciudad que le vio nacer ya que salvo un breve viaje a Madrid y una discutida estancia en Cádiz siempre habitó en aquella Sevilla del diecisiete transida, como contraste, de procesiones, autos de fe, pestes, arriadas, hambres y noticias del declinar gubernativo en el que estaba inmersa.

Una urbe volcada con intensidad en lograr la promulgación del Dogma de la Inmaculada y en la canonización de Fernando Tercero en la que se mueve el artista como si buscase la cercanía de las instituciones pintando historias de frailes, glorias celestiales, niños hambrientos y fervor religioso del pueblo llano.

Esa ciudad distinta a cuanto imaginarse pueda, la que encarceló a Cervantes y repitió de boca en boca las letrillas del poeta Miguel Cid, la del voto de la defensa inmaculista de la Cofradía del Silencio, la de los canónigos sabios, con sus lujos y sus miserias, sus luminarias y sus sombras tenebrosas, es la que palpita en los cuadros de Murillo.

No hay que ir a buscarla a los Museos de Francia,Alemania, Gran Bretaña, Rusia o los Estados Unidos… donde se cuelgan muchas de sus obras magistrales, pero tampoco está reservada en ningún reducto hispalense como sucede con el espiritu de Mañara que reside en el Hospital de la Caridad.

Aquel ambiente, aquellos tipos… permanecen en otros cuadros nacidos de la prolífica creatividad del pintor que se muestran en el museo sevillano.

La luz de Sevilla, esta claridad acogedora de los días sin nubes, que ha acompañado el disfrute del puente acueducto, es la de siempre, la de hoy y la que supo trasladar a su paleta Bartolomé Esteban Murillo, entre niños callejeros y oraciones a la Virgen Inmaculada.

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