sábado, 3 de diciembre de 2011

Un chiquillo de San Bernardo


Estaba yo en el locutorio de los estudios que tenía en Sevilla, Radio Nacional de España, en la calle San Pedro Mártir, allí donde había nacido el poeta Rafael de León, cuando se planta ante el visor uno de los ordenanzas galoneados y azules, antiguos sargentos del Ejército que nos habían mandado a la emisora como recurso para propiciarles empleos civiles y aligerar las filas castrenses de maduros mandos intermedios, y me dice que don Manuel Parejo me está esperando en el Bar Canalejas y que vaya para allá cuando termine el programa.

En el Canalejas paraban muchos toreros desplazados desde el Hotel Colón y no pocos flamencos, acogidos por la familia de Manolo Caracol que regentaba el establecimiento. Era también lugar de encuentro de los artistas que acudían a Radio Sevilla, a los cara al público de Rafael Santisteban o a la afamada revista “El Toreo” de Enrique Vila.

Parejo que escribía y dirigía “Clarines”, directísima competencia de ella, me aguardaba en el centro de una reunión de taurinos en la que destacaba la desmedrada figurilla de un quinceañero de rostro agradable y despierto que me presentó apenas traspuse la puerta del bar.

-- José Luis: Este es Diego Puerta, un novillero que debuta el domingo próximo en la Maestranza al que le vas a grabar una entrevista para nuestra próxima emisión.

Corría el mes de mayo de 1957. El chiquillo que se presentaba con el aval de haber nacido en el Barrio de San Bernardo estaba anunciado el domingo siguiente para matar una novillada de Escobar.

Cuatro días antes había debutado en el Coso del Baratillo Curro Romero sustituyendo a Juan Garcia Mondeño. Una época crucial del toreo se estaba iniciando y tanto Curro como Diego la iban a llenar de horas de gloria.

Mi amistad con Diego Puerta continuó cuando él vivía en la plaza de Cuba y yo solía frecuentar la Cafetería del Cine Los Remedios donde habitualmente le esperaba la cuadrilla antes de emprender cualquier viaje y siguió, tras su retirada de los ruedos en el inolvidable mano a mano con Paco Camino el Día de la Raza de 1974, cuando trasladó su residencia a la Plaza del Museo.

Guardo una copia, dedicada, de la famosa foto en la que él está por los aires y Escobero, el terrible Miura que lo encumbró como figura, esperándole sobre la arena para seguir la pelea.

Diego valor. Pero no valor seco y frío, sino apasionado, caliente y, lo que es más difícil de encontrar, servido con la exquisitez del arte y la pinturería de la inspiración.

No habrá otro como él. Anteayer dio su última vuelta al ruedo.

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