miércoles, 27 de marzo de 2013

Partituras

Estaba viendo en televisión un primer plano de los vertiginosos dedos de Achúcarro sobre el teclado del piano cuando se deslizó abruptamente por las rendijas de las puertas cerradas un destemplado galope sonoro de una marcha seguramente calificada pretenciosamente como procesional que había sustituido en el autorradio del vehículo detenido transitoriamente en la calle a la acostumbrada música disco que atruena los cristales el resto de los días del año.

Me dijeron que muchos de los compositores de estas piezas no saben música y se sirven de las ayudas de los profesores titulados para sacar adelante sus inventos. Incluso llegaron a confesarme que no pocas de estas partichelas habían sido escritas en su integridad por algún que otro compositor consagrado, abierto por su bondad natural a participar en las adaptaciones ineludibles.

Me atreví a preguntárselo a mi admirado Abel Moreno y recibí la más rotunda negativa. "Nunca he accedido a eso" , me dijo, "el que quiera escribir música, que vaya al conservatorio"

Tengo la suerte de que frente a mi casa vivan dos componentes de la Banda de la Oliva de Salteras.
Uno toca un instrumento de metal. Y el otro de madera. Ambos  suben con esfuerzo, trabajo y sacrificio la escala de la excelencia. Ninguno se ha atrevido todavía a escribir una marcha procesional como osan los que apenas se les ocurre un motivo acústico lo garrapatean en el papel.

Una partitura es una cosa muy seria. Pero, como decía el inmortal imaginero Paco Buiza con su acento carmonense: "la ignorancia es mu atrevía".

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