miércoles, 10 de julio de 2013

LA MALA SOMBRA DE LA SEGUNDA PLAZA DE TOROS


Ahora podemos recordarla y casi verla. Hace años, Fernando Fernández Román, comentando en televisión una corrida de Los Sanfermines, le dedicó una mención oportuna. Porque la plaza de Pamplona, edificada sobre los planos que había trazado en 1915 el arquitecto bilbaíno Francisco Urcola Lazcanotegui para la Monumental, la segunda plaza de toros de Sevilla, alzada luego bajo la dirección de obras de otro arquitecto de reconocido prestigio, José Espiau y Muñoz, es un elocuente testimonio de lo que fue aquel coliseo taurino que nació con polémica y sucumbió oscuramente víctima, al parecer, de sospechosas intrigas y manejos soterrados.

Podemos imaginarla en estos días si atendemos a las transmisiones televisivas de la feria del toro. Es el oasis de los corredores del encierro mañanero. Pero, también, la foto sepia de otra igual que se enseñoreaba, allá por los años veinte, en la Avenida de Eduardo Dato, frente a la antigua Huerta del Rey, justo donde ahora están los bloques de pisos del Núcleo Residencial Oscar Carvallo.

Hasta que se ordenó su derribo en 1930.
La inédita competencia que venía a inaugurar se perfilaba desde el principio agresiva y contraria a los intereses del empresario del coso maestrante. Y su temor lo confirmarían las colas que se formaban ante las taquillas de la nueva plaza, una vez inaugurada, en tanto que los graderíos de la Maestranza se despoblaban en similar proporción.

Esta circunstancia, motivada por los bajos precios de las entradas que permitía su aforo de 23,055 localidades, constituye un factor no despreciable en el análisis de su corta vida. Pero no es la única. A su lado se alinean las difíciles relaciones entre Joselito y José Salgueiro, el empresario de Sevilla, que convirtieron al menor de los Gallos en entusiasta protector de la nueva construcción ante la perspectiva de disponer de otro ruedo en la ciudad. Y está también la presencia de José Julio Lissen Hidalgo, un partidario de José, próspero y enriquecido industrial de la madera y las aceitunas, al que le sobraban los millones para financiar la idea.
Falta un detalle, la pieza que cierra el puzzle. Al arquitecto Urcola se le ocurrió emplear un material inédito, el hormigón armado. Y un espíritu interesado y enredador se encargó de filtrar y hacer circular por tertulias, casinos y mentideros la especie de que los tendidos se podrían desplomar.

Contra todo lo previsto fue así. En la madrugada del 10 de abril de 1917 se vino abajo casi un tercio de lo edificado, entre nuevos rumores, bulos y habladurías en aquella ciudad provinciana. Urcola autor de los cálculos arquitectónicos no se lo podía creer y el suceso le costó una enfermedad.

Se reconstruyó lo perdido… se sometió todo a pruebas extremadamente rigurosas y al fin la plaza abrió sus puertas el 7 de junio de 1918 con un cartel que, naturalmente encabezaba Joselito el Gallo que cortó la primera oreja.

Mientras Gallito vivió la Maestranza y la Monumental se medían en las taquillas. Belmonte toreaba en la Maestranza. Y Joselito en la Monumental. Los aficionados que querían ver a los dos ídolos apalabraban taxis que les conducían de un coso a otro.
Hasta que el toro mató a José.

Alguien se dedicó después a resucitar la sombra de la duda sobre la solidez de la plaza y la presión de los poderosos cuyos intereses se cifraban en mantener en Sevilla un único coso taurino tampoco decreció.

El gobernador  ordenó la clausura de la Monumental en 1921. Fue el primer paso para su demolición.

 

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