jueves, 4 de diciembre de 2014

ADVIENTO




En las horas de asueto de estas fechas en vísperas del Día de la Constitución y de la Inmaculada que pueden ser aburridas y tediosas a lo largo de cada jornada para los jubilados, me estoy entreteniendo en leer la biografía de un muchacho que murió joven (lo mataron, o  asesinaron, en realidad) pero que durante su corta existencia, narrada después por algunos de sus colaboradores más próximos, protagonizó una cadena de hechos tan singulares que ocupan la totalidad de las páginas de un grueso libro.

Lo estoy haciendo en español y en inglés porque esta narración me la encontré en versión bilingüe como regalo de bienvenida en la habitación del hotel que ocupamos mi parienta y yo en un viaje de fin de semana. Y debo confesar que comencé la lectura para refrescar un poco mis casi oxidados recuerdos del idioma británico, pero pronto fui absorbido por las apasionantes aventuras de aquel lejano ejemplar de la raza humana.

Nació en Israel en donde gobernaba un rey despótico, pero era una tierra sometida a los designios de Roma, la nación más poderosa de la época con la que este monarca había establecido una hábil alianza.

Su vida, su palabra y sus hechos inexplicables arrastraban a las masas, pero fue por eso mismo envidiado y temido por quienes hasta que él llegó las manejaban a su antojo y fue traicionado por uno de sus compañeros más cercanos.

Este muchacho se llamaba Jesús. Lo prendieron y condenaron a la última pena. El delito para que le sometieran a un juicio injusto no fue ni el blanqueo de capitales ni sus prácticas corruptas sino, simplemente, atreverse a proclamar su verdad: que era el hijo unigénito de Dios. 


Dentro de poco sus seguidores actuales celebraremos el aniversario de su nacimiento. Concretamente será el veinticuatro de este mes. Supongo que llevaremos a todos la noticia a través de las redes sociales. 

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