sábado, 20 de diciembre de 2014

ENTRE LA REALIDAD Y LA FARSA



Es inevitable: la pantalla del televisor se llena de abetos nevados, renos inquietos y bondadosos viejos. Nos ha invadido la Navidad foránea, la que justifica su anticipación por el deseo comercial de hacer caja y aparece ese personaje que es muy posterior al sueño inventor del belén y unos llaman Santa y otros Papa Noel cargado con la consiguiente bolsa rebosante de regalos.

Es la reiteración de la superchería, la farsa superpuesta a la realidad porque el belén o nacimiento que repite la representación de la venida al mundo de ese personaje, único e irrepetible, al que llamaron Jesús, está basado en hechos ciertos que fueron escritos y se creó muchísimo antes. Nada menos que del siglo trece, que ya ha llovido, data la construcción del primero.

Unos datos guardo que lo acreditan. La costumbre de evocar la venida al mundo de Jesucristo arranca de la noche de Navidad de 1223 cuando Francisco de Asís concibió el proyecto de revivir de forma sensible los hechos narrados por los evangelistas acontecidos en la cueva de Belén.

Esta idea fue propagándose a lo largo de los siglos haciéndose hábito familiar heredado generación tras generación.

Los corchos… el portal… las figuritas de barro… María y José… el Niño recién nacido… pasaron, a través del tiempo, de la efusión piadosa del Santo de Asís, a los hogares adornados con la ilusión de las Fiestas Navideñas.

Luego… muy luego, mucho después, apareció Papa Noel. Falso, imaginado, con barba postiza y con la tarjeta de compras de los grandes almacenes.

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