martes, 28 de abril de 2015

COMENTARISTAS TAURINOS


No seré yo quien ponga en la picota a quien se atreve a coger un micrófono para poner voz descriptiva a lo que sucede y están viendo los mismos que reciben la descripción.

Guardo para ellos el máximo respeto porque cada uno de estos receptores puede ser juez y crítico implacable al disponer de los elementos visuales y auditivos con que comprobar la calidad del trabajo.

En la radio, los errores pueden disimularse porque al oyente le es imposible comprobar si el puyazo ha quedado trasero o el espada muletéa con el pico. En la tele, no. El locutor ha de ceñirse en sus comentarios estrictamente a lo que sucede en el ruedo.

No es lo mismo, pues, relatar una corrida para la radio que hacerlo para televisión. Supongo que esto se enseña en la Facultad. Pero hay quien no se ha enterado todavía y somete al hermoso espectáculo de una corrida de toros televisada a un insoportable bordoneo que hasta puede despertar la indignación del telespectador cuando la verborrea insustancial interfiere la ejecución de un pasodoble.

“Los hechos son sagrados; las opiniones, libres”, reza el viejo adagio importado desde las más importantes facultades de ciencias de la comunicación del mundo occidental. La pareja de comentaristas, que es un invento que procede de aquellos lejanos tiempos del reinado omnipotente de las emisoras radiofónicas, debe repartirse los dos papeles: relator y opinante, pero jamás compartir ambos.

Rueda por ahí una foto mía, publicada en el libro “Sevilla tras un micrófono” en la que aparezco en un burladero de callejón de la plaza de toros de la Maestranza en compañía del recordado Lorenzo Ortiz, “Salustio”, crítico taurino que fue de la Cope y, más adelante de la Cadena SER, radiando en directo una corrida de la Feria de 1971. Tal vez fuera aquella en la que asombró Ruiz Miguel cortándole un rabo a un Miura tras una estocada recibiendo.

Lorenzo y yo nos pusimos de acuerdo de inmediato. Yo dije lo que pasaba. El, lo que le parecía. Y así lo fuimos haciendo desde que empezó el serial taurino en el que, por cierto, Curro Romero cortó orejas todas las tardes.

(PUBLICADO TAMBIÉN EN "SEVILLA TORO. ES")


domingo, 26 de abril de 2015

CERVANTES, DON QUIJOTE Y GOYTISOLO



No he leído nunca a Goytisolo. Obvio es añadir que en mi casa no hay un solo libro de este escritor del que dicen que es un intelectual español, nació en Barcelona, vive en Marruecos y está considerado como el narrador más importante de la generación del medio siglo, de lo que acabo de enterarme buceando en Wikipedia.

Su obra abarca novelas, libros de cuentos y de viajes, ensayos y poesía. En mi opinión nada excepcional. Conozco un montón de literatos hispanos que pueden alardear del mismo fruto de su trabajo. Además es colaborador del diario El País. (Mis conocidos no solo crean continuamente una irreprochable obra literaria, sino que suelen escribir en los periódicos todos los días, no esporádicamente como lo hace el señor Goytisolo)

Ahora le han dado el Cervantes.

Lo ha recogido, de manos de un sonriente monarca, haciéndose destacar con una postura contestaría que ha reventado ampollas: vestido con atuendo de calle y pronunciando un discurso de claro matiz político.

Sin embargo, como ha escrito Rafael Narbona en El Imparcial, la polvareda que ha levantado  es un signo de salud democrática. Escandalizarse revela una deplorable majadería, pues el sentido de la libertad es crear polémica, discutir, objetar e incluso fastidiar.

Si bien los libros del inconformista escritor premiado no ocupan lugar alguno en mi biblioteca, Cervantes se halla ampliamente representado en ella. Tengo varias ediciones del Quijote, dos de sus Novelas Ejemplares y diversas publicaciones que glosan la obra del inmortal manco entre las que conviene destacar la de Rodríguez Marín “Perfiles de la Sevilla Cervantina ”, imprescindible para conocer las andanzas de don Miguel por estas tierras.


Y hay más. Cuando en mi infancia cometía alguna diablura, mi padre me castigaba haciéndome copiar El Quijote. Hoy puedo presumir con orgullo de haberlo vuelto a escribir después de que lo hiciera su autor.

sábado, 18 de abril de 2015

COMO GÓNDOLAS DE FERIA, LOS COCHES DE CABALLOS


Entre los recuerdos que barajo de mi  juventud figura uno, bastante bucólico, de un paseo en coche de caballos por el interior del Parque de María Luisa.
Íbamos por una avenida amplia flanqueada por altos árboles. Olía a tierra mojada y, en efecto, empezó a llover. Mi padre me había permitido que me sentase en el pescante al lado del cochero .Manejaba un milord de alquiler de esos que, frente al mullido asiento extendido en su trasera, colgaba otro, como una repisa para libros, al que llamaban bigotera.
El hombre detuvo el vehiculo y lo cubrió corriendo su capota. Pidieron que me abrigase pasando al interior y vi cómo el auriga defendía su gorra de visera con una funda embreada protegiéndose además con una capa impermeable que le permitía asomar los brazos para mantener las riendas y el látigo.
Era un cochero con un cierto aire de menestral elegancia. La gorra no era ni de militar ni de marino. Tampoco campera ni rociera. Cubría la cabeza y, como acabo de escribir, llevaba visera. Vestía una blusa larga, gris, de dril, abotonada hasta el cuello, con pantalones del mismo color y botas relucientes de media caña…
Un cochero uniformado así llevaba todas las mañana a la Toribia que era la propietaria de los carruajes y  caballerías de la Cochera Laverán que estaba en la esquina de las calles Baños y Goles, a dar una vuelta de inspección por las paradas donde se situaban sus coches.
La Toribia siempre iba sola, repantigada en el asiento trasero, con el pelo blanqueándosele en un moño bajo y dando largas chupadas a un humeante habano.
El coche podría aprobar cum laude la más rigurosa inspección de limpieza y corrección de atalajes.
La cochera de Laverán, una de las mayores empresas de vehículos de punto en la Sevilla del primer tercio del siglo veinte, había sido fundada por Antonio Laverán y Mandement, de origen francés, y estaba en la planta baja de un edificio modernista que orientaba sobre la actividad a que dedicaba su espacio interior con una cabeza de caballo que colgaba encima de su puerta principal.
Había sido proyectado por el cuñado de Aníbal González, Antonio Gómez Millán,  (nacido en 1883 y fallecido en 1956) y construido entre 1912 y 1913.
Era un interesante conjunto arquitectónico en el que destacaba la nave de caballerizas, de estructura metálica, utilizada como garaje de automóviles desde la mitad del siglo mencionado, cuyos soportes y cubierta recordaban al Barranco.
En la calle Zaragoza existía otra cochera sevillana, la de José Pazos, en donde guardaba, como anunciaba su publicidad,  “Los mejores carruajes de lujo y especiales para caminos”, lo que le hacía ser   “Proveedor de S.A.,  la Serenísima Señora Condesa de Paris, del Casino Sevillano, del Nuevo Casino, del Círculo de Labradores, etc.”, de todo lo cual se mostraba legítimamente orgulloso.
Esta cochera  todavía existe convertida en un aparcamiento estable a escasos  metros de la Plaza Nueva. Paradójicamente, en la actualidad se levanta a su lado un edificio cuya fachada semeja ser más antigua que la que existía  cuando el local funcionaba como  garaje de vehículos de tracción animal, formada por dos casas de finales del siglo XIX, fruto de la reforma que llevó a cabo el arquitecto Vicente Traver entre 1924 y 1926 consiguiendo para ellas un perfecto “revival” del siglo XVIII, según documenta Alberto Villar y Movellán.
Le tengo desde niño mucha simpatía a estos carruajes de alquiler. En Canal Sur se estrenó una serie escrita por mí que se titulaba “Con la voz de las estatuas” en la que jugaba un papel importante un coche de caballos. Su cochero, con ínfulas de ciudadano cultivado, paseaba por la ciudad y se detenía ante las estatuas más significativas empezando a contar la vida de cada  personaje inmortalizado en ellas. Estos bajaban de sus basamentos y proseguían la narración recuperando los ambientes que habían vivido.
Se rodó con poco dinero. El primer capitulo se dedicó a Daoiz ante su monumento en la plaza sevillana de la Gavidia; el segundo recordó a Gustavo Adolfo Becquer… el tercero fue en Córdoba y se consagró a Manolete…
También en la Ciudad de los Califas hay coches de caballos y dar un paseo a bordo de ellos por sus calles silenciosas es un auténtico placer.
Los amantes y defensores del patrimonio histórico andaluz ponen  el grito en el cielo cuando las autoridades turísticas locales dejan de la mano el control de la estética de estos vehículos que se evidencia más cuando llega el verano y la armonía de diseño de los carruajes  se altera con la colocación de  esperpénticas sombrillas entre los asientos y, en algunos casos, agrandándolas, en su afán de proporcionar sombra, hasta convertirlas en toldos con los que han sustituido las capotas originales convirtiendo los milords o los simones en antiestéticas jardineras artesanas.
Se han comparado los coches de caballos andaluces con las góndolas venecianas y nadie imagina estas lanchas afiladas de delicadas líneas y estilo señorial convertidas en vulgares barquichuelas de remo cubiertas por parasoles playeros y atendidas por gondoleros carentes de uniforme.
Cuando el coche de punto recupera la dignidad perdida con la horterada de sustituir su cubierta original por una sombrilla redonda clavada en el suelo de la carrocería es porque llega la Feria y aparecen los lujosos enganches que, durante unas jornadas, los días feriales, resucitan el mundo idílico de los antiguos carruajes de tracción de sangre.
La febril actividad de la vida ordinaria ha ido arrinconando a estos vehículos que desempolvan su belleza acogiéndose al singular privilegio de Sevilla de reactivar el mundo del coche de caballos nacido, crecido y desarrollado en una tierra apegada a la singularidad de su tipismo.
El paseo ferial de caballos y carruajes ni margina ni se olvida de los vehículos de alquiler y los sitúa en cabeza de los tiros de mulas y caballos que se escalonan según su importancia con denominaciones de jardineras, vagonetas, cestos de vis a vis, dogs-carts, carretelas, sociables, faetones y pitters, tirados por equinos atalajados a la calesera, a la inglesa o a la húnga.
Envueltos en la sonería de sus cascabeles y en el gozo visual de su colorido, rodarán estos carruajes arrastrados en limonera por un solo animal… en tronco por dos… en tresillo por tronco y un pericón delantero… en cuartas, por dos troncos… a la media potencia por dos caballos detrás y tres delante… a la gran potencia por tres y tres o a la larga por dos troncos y un pericón iniciando el tiro.
Atractivos y extraordinarios enganches cuyo paseo matinal es un peculiar museo rodante que engrandece y rinde culto al mundo del caballo en cada cita ferial abrileña como se hiciera en tiempos idos en el Bosque de Boulogne en Paris; en el  Hydepark de Londrés; en el Prater de Viena, o en el Bosque de la Cambre de Bruselas.
                                  
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(Publicado en el último número de la revista digital “SEVILLA EN TUS MANOS”)

domingo, 12 de abril de 2015

Y DALE CON LA MADRUGADA



La Madrugada es como es. Y, para acercarse a ella, hay que lavarse las manos y perfumarse el aliento, como dicen que hacía Manolo Caracol antes de troncharse sobre la baranda de hierro de un balcón de poca altura para cantar su saeta acercándose a la cara del Cristo que pasaba.

Hemos padecido otra Madrugada que quiso ser de pánico como aquella del dos mil de la que han transcurrido quince años y cuyos pormenores dejé escritos en un libro que titulé así, “Madrugada de pánico” y casi en la mitad del siguiente, “Nazarenas, dineros y más de la Madrugá”, ambos editados por la desaparecida Editorial Castillejo.

Quiso, pero no pudo. Afortunadamente. Tal vez porque aquella, de infeliz memoria, dispuso de unos antecedentes que la motivaron que no se han dado en ésta. La del dos mil fue una barbaridad que, según todos los indicios, contó con organizadores adultos (nada de golferías de niños maleducados) a los que se les fue de las manos. Esta, una consecuencia de la permisividad y la confianza con actitudes incívicas y leyes y ordenanzas sin guardia de la porra para hacerlas cumplir.

De la Madrugada indigna recordaba Rafael Navarrete Bohórquez el pasado día 4 en el Diario de Sevilla:

“Estábamos en la esquina de Laraña con Cuna y a nuestro lado un chaval de 18 años hablando por móvil: ¿entonces ya habéis empezado? ahora vamos, y sacando una pistola de su cintura dio dos tiros al aire. Entonces miro al televisor y veo las famosas imágenes del nazareno de los gitanos que llega a la Campana corriendo con el bacalao para informar a sus compañeros de lo ocurrido en Santa Ángela de la Cruz”.

Un testimonio más que añadir a los muchos que, en este sentido, recogí aquellos días para los dos libros citados.

De esta última destacan la ausencia de histeria colectiva en el público espectador… los buenos propósitos de las autoridades, reforzados porque estamos en el delicado tiempo para los políticos de las elecciones próximas… y la torpeza evidente de quienes se atreven a formular ante cámaras televisivas o papeles periodísticos taumatúrgicas fórmulas de arreglo incluyendo nada menos que la posibilidad de una segunda Madrugada.


¿Se puede aventurar una memez mayor?

miércoles, 8 de abril de 2015

PROMESAS VACIAS


De antiguo se sabe que la juventud es rebelde, inconformista y arriesgada y que, por el contrario, la madurez y, por supuesto, la ancianidad son edades que tienden a ser conservadoras.

Si el joven se resigna, malo. Si el viejo se pinta las canas, peor. Con jóvenes que, a fuerza de incurrir en excesos de sexo y droga, adelantan su vejez y con gente mayor a la que resulta detestable adaptarse a sus años, el mundo no avanzaría nunca.

Pero los experimentos, con gaseosa. Como el tinto de verano. Con blanca o con limón.

La panoplia de las ofertas quijotescas, desmesuradas o absurdas de los partidos políticos que se presentan a las próximas elecciones está llena y a cualquier espectador sensato se le puede erizar la piel cuando le atufan los mensajes de humo que muchos proclaman con descaro.

Todos, y sálvese el que pueda, se libran con avisado tiento de los compromisos ineludibles y la acción de los poderes públicos de entrar a saco en las bolsas ajenas se soslaya hábilmente exigiendo al adversario su cumplimiento.

Es lo que ocurre con el impuesto de sucesiones. Que no depende de Rajoy sino de Susana. Morirse en Andalucía es carísimo. Nuestra Comunidad es una de las regiones españolas que exige tributos más altos para poder heredar. En contraste con otras comunidades como la madrileña en la que prácticamente no hay que pagar nada.

Aquí no es una metáfora macabra afirmar que el fisco nos persigue hasta la tumba.


martes, 7 de abril de 2015

PAVEROS

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Ahora que, con motivo de haberse cumplido el pasado uno de abril, los veinticinco años de que lo diera, se ha vuelto a hablar de mi Pregón, he caído en la cuenta de que tuve un olvido imperdonable.

Al recordar a los formadores de cofrades desde su infancia, me referí a las abuelas, pero no hablé de los “paveros”. Denominación de explicación casi inédita y de clasificación difícil en la descripción tradicional de los puestos que ocupan los nazarenos en una cofradía.

El “pavero” no porta ni insignia ni vara. Tampoco es penitente de cruz. Ni hermano de luz con un gregario cirio. Actúa como celador, pero su canastilla contiene un inesperado conjunto de elementos complementarios de los habituales para encender y aderezar  túnicas más propios de una guardería que de un tramo de hermandad penitencial.

Ahora bien, su labor es indispensable en aquellas cofradías en las que salen niños. Amigo de confianza de padres y tutores… compañero, confidente y colega de los más pequeños nazarenos, el celador de estas secciones infantiles, abraza con fruición este cometido, nada fácil de desarrollar, que exige unas cualidades excepcionales y una vocación decidida.

En la Feria hay una caseta para niños perdidos…en las playas y en los clubes veraniegos de piscinas, se pierden también los niños…pero jamás ha tenido que montar el Consejo un punto de reunión para extraviados niños nazarenos. El oficio de los “paveros” se muestra así en toda su desconocida grandeza.
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(Intento remediar mi olvido pregoneril con estas sencillas líneas y se las dedico a Fernando Ramirez Ruiz, el “pavero” de mis nietos Ángela, Lucía, Ignacio, Marta y Manolete en la cofradía de la Soledad de San Lorenzo, con admiración y agradecimiento)


viernes, 3 de abril de 2015

MADRUGADA DE PARAFINA


Algo habrá que hacer. Con seriedad y firmeza. Previo acuerdo sensato de las partes implicadas. La ciudad no puede permitirse que grupos disparatados se reúnan en los aledaños de los escenarios donde discurre su fiesta más popular agrediéndola con su conducta.

No se menoscaba la libertad ante la exigencia de respeto a las más elementales normas de convivencia. Las cofradías que discurren por un perímetro limitado de su viario urbano no deben quedar expuestas a los desmanes y consecuencias desagradables que se desprendan de la conducta incívica de caracterizados grupúsculos de sus ciudadanos.

Ir a ver cofradías no es citarse para hacer botellón. Que se vayan a Sevilla Este.
Ley seca en la ciudad penitencial. Anunciada y requerida poniendo en práctica los recursos de un Estado de Derecho.

Hay que recuperar a toda prisa la ejemplaridad ausente.

Y al mismo tiempo solicitarla a los protagonistas. A las cofradías. Los nazarenos antiguos hacen mal cuando permanecen inmóviles para presenciar cómodamente la salida de los pasos cerca de los cuales les permiten procesionar sus bajos números en las nóminas de hermanos.

Si las parejas de los últimos tramos no avanzan hasta que las imágenes están  en la calle, su lugar habrá sido ocupado por el público espectador al que será difícil desocupar del espacio que estos hermanos han dejado antes. Los pasos avanzarán a duras penas y aquí mismo dará comienzo y empezará a crecer el retraso.


Como los cirios de cera deficiente doblados ante el empuje del sol, la Madrugada, si no acudimos con urgencia a resolver estos problemas, mucho más preocupantes, a nuestro modo de ver, que los de horarios y recorridos, puede dejar de ser la noche más hermosa para convertirse en la noche de la parafina.