sábado, 18 de abril de 2015

COMO GÓNDOLAS DE FERIA, LOS COCHES DE CABALLOS


Entre los recuerdos que barajo de mi  juventud figura uno, bastante bucólico, de un paseo en coche de caballos por el interior del Parque de María Luisa.
Íbamos por una avenida amplia flanqueada por altos árboles. Olía a tierra mojada y, en efecto, empezó a llover. Mi padre me había permitido que me sentase en el pescante al lado del cochero .Manejaba un milord de alquiler de esos que, frente al mullido asiento extendido en su trasera, colgaba otro, como una repisa para libros, al que llamaban bigotera.
El hombre detuvo el vehiculo y lo cubrió corriendo su capota. Pidieron que me abrigase pasando al interior y vi cómo el auriga defendía su gorra de visera con una funda embreada protegiéndose además con una capa impermeable que le permitía asomar los brazos para mantener las riendas y el látigo.
Era un cochero con un cierto aire de menestral elegancia. La gorra no era ni de militar ni de marino. Tampoco campera ni rociera. Cubría la cabeza y, como acabo de escribir, llevaba visera. Vestía una blusa larga, gris, de dril, abotonada hasta el cuello, con pantalones del mismo color y botas relucientes de media caña…
Un cochero uniformado así llevaba todas las mañana a la Toribia que era la propietaria de los carruajes y  caballerías de la Cochera Laverán que estaba en la esquina de las calles Baños y Goles, a dar una vuelta de inspección por las paradas donde se situaban sus coches.
La Toribia siempre iba sola, repantigada en el asiento trasero, con el pelo blanqueándosele en un moño bajo y dando largas chupadas a un humeante habano.
El coche podría aprobar cum laude la más rigurosa inspección de limpieza y corrección de atalajes.
La cochera de Laverán, una de las mayores empresas de vehículos de punto en la Sevilla del primer tercio del siglo veinte, había sido fundada por Antonio Laverán y Mandement, de origen francés, y estaba en la planta baja de un edificio modernista que orientaba sobre la actividad a que dedicaba su espacio interior con una cabeza de caballo que colgaba encima de su puerta principal.
Había sido proyectado por el cuñado de Aníbal González, Antonio Gómez Millán,  (nacido en 1883 y fallecido en 1956) y construido entre 1912 y 1913.
Era un interesante conjunto arquitectónico en el que destacaba la nave de caballerizas, de estructura metálica, utilizada como garaje de automóviles desde la mitad del siglo mencionado, cuyos soportes y cubierta recordaban al Barranco.
En la calle Zaragoza existía otra cochera sevillana, la de José Pazos, en donde guardaba, como anunciaba su publicidad,  “Los mejores carruajes de lujo y especiales para caminos”, lo que le hacía ser   “Proveedor de S.A.,  la Serenísima Señora Condesa de Paris, del Casino Sevillano, del Nuevo Casino, del Círculo de Labradores, etc.”, de todo lo cual se mostraba legítimamente orgulloso.
Esta cochera  todavía existe convertida en un aparcamiento estable a escasos  metros de la Plaza Nueva. Paradójicamente, en la actualidad se levanta a su lado un edificio cuya fachada semeja ser más antigua que la que existía  cuando el local funcionaba como  garaje de vehículos de tracción animal, formada por dos casas de finales del siglo XIX, fruto de la reforma que llevó a cabo el arquitecto Vicente Traver entre 1924 y 1926 consiguiendo para ellas un perfecto “revival” del siglo XVIII, según documenta Alberto Villar y Movellán.
Le tengo desde niño mucha simpatía a estos carruajes de alquiler. En Canal Sur se estrenó una serie escrita por mí que se titulaba “Con la voz de las estatuas” en la que jugaba un papel importante un coche de caballos. Su cochero, con ínfulas de ciudadano cultivado, paseaba por la ciudad y se detenía ante las estatuas más significativas empezando a contar la vida de cada  personaje inmortalizado en ellas. Estos bajaban de sus basamentos y proseguían la narración recuperando los ambientes que habían vivido.
Se rodó con poco dinero. El primer capitulo se dedicó a Daoiz ante su monumento en la plaza sevillana de la Gavidia; el segundo recordó a Gustavo Adolfo Becquer… el tercero fue en Córdoba y se consagró a Manolete…
También en la Ciudad de los Califas hay coches de caballos y dar un paseo a bordo de ellos por sus calles silenciosas es un auténtico placer.
Los amantes y defensores del patrimonio histórico andaluz ponen  el grito en el cielo cuando las autoridades turísticas locales dejan de la mano el control de la estética de estos vehículos que se evidencia más cuando llega el verano y la armonía de diseño de los carruajes  se altera con la colocación de  esperpénticas sombrillas entre los asientos y, en algunos casos, agrandándolas, en su afán de proporcionar sombra, hasta convertirlas en toldos con los que han sustituido las capotas originales convirtiendo los milords o los simones en antiestéticas jardineras artesanas.
Se han comparado los coches de caballos andaluces con las góndolas venecianas y nadie imagina estas lanchas afiladas de delicadas líneas y estilo señorial convertidas en vulgares barquichuelas de remo cubiertas por parasoles playeros y atendidas por gondoleros carentes de uniforme.
Cuando el coche de punto recupera la dignidad perdida con la horterada de sustituir su cubierta original por una sombrilla redonda clavada en el suelo de la carrocería es porque llega la Feria y aparecen los lujosos enganches que, durante unas jornadas, los días feriales, resucitan el mundo idílico de los antiguos carruajes de tracción de sangre.
La febril actividad de la vida ordinaria ha ido arrinconando a estos vehículos que desempolvan su belleza acogiéndose al singular privilegio de Sevilla de reactivar el mundo del coche de caballos nacido, crecido y desarrollado en una tierra apegada a la singularidad de su tipismo.
El paseo ferial de caballos y carruajes ni margina ni se olvida de los vehículos de alquiler y los sitúa en cabeza de los tiros de mulas y caballos que se escalonan según su importancia con denominaciones de jardineras, vagonetas, cestos de vis a vis, dogs-carts, carretelas, sociables, faetones y pitters, tirados por equinos atalajados a la calesera, a la inglesa o a la húnga.
Envueltos en la sonería de sus cascabeles y en el gozo visual de su colorido, rodarán estos carruajes arrastrados en limonera por un solo animal… en tronco por dos… en tresillo por tronco y un pericón delantero… en cuartas, por dos troncos… a la media potencia por dos caballos detrás y tres delante… a la gran potencia por tres y tres o a la larga por dos troncos y un pericón iniciando el tiro.
Atractivos y extraordinarios enganches cuyo paseo matinal es un peculiar museo rodante que engrandece y rinde culto al mundo del caballo en cada cita ferial abrileña como se hiciera en tiempos idos en el Bosque de Boulogne en Paris; en el  Hydepark de Londrés; en el Prater de Viena, o en el Bosque de la Cambre de Bruselas.
                                  
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(Publicado en el último número de la revista digital “SEVILLA EN TUS MANOS”)

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