sábado, 23 de mayo de 2015

ABRAZOS FALSOS



Me lo decía el pobre viejo pegándole bocados de rabia a su amargura:
¡Cuántos abrazos falsos en el Rocío! Si por cada vez que se estrecha de mentira un rociero con otro creciera un olivo iban a sobrar las aceitunas.

¡Cuánto embuste! ¡Qué manera de aparentar!... Hoy te quiero mucho y mañana si te vi no me acuerdo.

Se explica su resentimiento. Sabe que padece una enfermedad incurable. Esta mañana ha ido renqueando del brazo de su mujer, rociera como él, a integrarse con sus hermanos para hacer con ellos la presentación de la hermandad ante la Junta de Gobierno de la Matriz y nadie ha reparado en su presencia. Imaginó que algún representante de relevancia de la actual Junta vendría a ofrecerle una vara, pero no ha sido así. 

Atrás quedaron los años que accedió a ocupar el puesto de hermano mayor de romería y los muchos dineros  derramados  pródigamente en esas ocasiones. Hoy no le conoce nadie. O aparentan no saber quién es. El presidente se pavonea con la insignia dorada. La mayor parte de las varas están en manos de mocitas jóvenes. Nadie se desprende de la que lleva y a él no le queda otro remedio que caminar entre empujones detrás de la carreta del Simpecado en una presentación oficial que le avergüenza tanto que hasta se cala las gafas de sol para evitar que alguien le reconozca.

Su parienta calla. Hace tiempo que intuía que esto podría suceder así. Han perdido contacto con la hermandad. Desde que ésta dejó de imprimir los boletines periódicos, se ha roto el hilo de contacto que les unía. Eso de la página web no va con ellos. Malévolamente dice la mujer que la última vez que les llamaron fue cuando el banco había devuelto los recibos.

¡Que no los paguen más!, concluyó entonces. Pero él no cursó la baja.


La Virgen no tiene la culpa. Lo dice tartamudeando. Y busca otra vez la ayuda de las gafas de sol  para esconder tras ellas sus lágrimas imprudentes de debilidad y frustración.

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