jueves, 14 de mayo de 2015

OTRO CAMINO DEL ROCIO


La primera ha echado a andar. La de Córdoba. Empieza el más largo de los caminos cubriendo un trayecto de cerca de trescientos kilómetros y pasando por los puntos topográficos de mayor esencia rociera.
Luego, progresivamente, harán lo mismo muchas más. Cada vez más. Y este año, por primera vez con todos los honores, Salteras.
Por unos días se despreciarán los vehículos a motor y se volverá a las ancestrales ruedas y a la caliente tracción animal.
Se desecharan las carreteras anchas, asfaltadas, proclives a la carrera suicida y se optará por las rutas tortuosas y polvorientas, las trochas y las veredas.
Volviendo a las raíces de un dormido nomadismo, se convierten en viviendas movibles esos vehículos que, hoy como ayer, se presentarán ante la sociedad como enfundados en el honrado traje de pana de los hombres del campo: los carros, las bateas, los remolques o las carretas que, no obstante su indisimulada aversión a los trazados urbanos, penetran en las ciudades y los pueblos para dejarse maquillar con los afeites de las cortinas, las lonas y las flores de papel.

Esta gente que camina
desde pueblos y ciudades
desde aldeas y alquerías
de la montaña y el valle,
desde la orilla del mar,
desde los filos del aire,
desde la parda Almería,
a la albariza Bonares,
del Sur, del Norte y del Este,
como revuelto oleaje,
con brújula bien clavada
en un Oeste suave…
Esta gente que abandona
a sus hijos o a sus padres
o, con ellos, de camino
se sorprenden a la tarde…
Esta gente, gente brava,
por su esfuerzo, en un contraste,
que es buena gente, de paz,
y de cultura y ecuánime,
porque le corre en las venas
desde Tartesos, la sangre,
con más de un César de Roma
y algún turbante almohade…
la Europa de Carlos quinto
y hasta el abierto ufanarse
del viejo bronce egipciano
de los que son trashumantes…
Esta gente cuando llega
el Pentecostés radiante,
va tras la Blanca Paloma
tal como si se tratase
del cumplimiento del rito
que se repite constante.
Pero no es eso. Lo cierto
es que se trata de darle
con el sudor del esfuerzo,
con la ronquera del cante,
con el cansancio rendido,
y con los vuelos del baile,
nada mejor, nada menos
que un homenaje a la Madre.


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