Con indudable cara de pocos amigos
acabo de encontrarme en la Estafeta Postal de mi pueblo a un rociero de los
de siempre, de los de medalla sudorosa y polvorienta por la repetición de
caminos.
Iba a enterarse de cómo podía votar
por Correo porque, como es sabido, los inteligentes que viven de la política
han tenido la luminosa idea de hacer coincidir las votaciones próximas con el
Domingo de Pentecostés, el Domingo del Rocío cuando las casas de la aldea abren
sus puertas de par en par en un desbordado deseo de atención y acogida a
visitantes.
La tradición peregrina y las
costumbres romeras siguen manteniéndose como siempre y ya el próximo jueves, día
catorce, echa a andar la primera Hermandad que es la de Córdoba y se inaugura
con ella el nuevo Plan Romero.
Miles de Salves llenarán los aires
de piropos a la Madre de Dios
Salve, Madre,
en la tierra de mis amores
te saludan los cantos
que alza el amor.
Los rocieros probablemente ignoran
que este cántico fue en origen el Himno oficial del Primer Congreso Mariano
Hispano Americano que se celebró en Sevilla del 15 al 21 de mayo de 1929 a
instancia del Cardenal Eustaquio Ilundain y Esteban que ocupaba la silla
arzobispal aquellos años para que España, Portugal y las naciones de allende el
Océano de cuyo conjunto muchas acababan de superar las tensiones de su
emancipación, se dieran un abrazo fraterno amparados por la creencia compartida
de la mediación de la Virgen María.
A mi amigo, el rociero enfadado, le
ha gustado mucho saber estas cosas. Tanto que ha decrecido su cabreo y me ha
hecho prometer que escribiré algo más sobre esto.
Le empiezo a complacer con estas
líneas.
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