martes, 30 de junio de 2015

COFRADIAS PARA UNA NUEVA SOCIEDAD

Repito que, a mi entender, las cofradías no deben ser ajenas a los cambios sociológicos que se producen en su entorno.


La secularización de la sociedad, la transformación de la familia, la inmigración, la migración desde la España rural hacia los grandes núcleos urbanos, la presión de los barrios y las zonas marginales hacia el centro de las poblaciones, las alteraciones demográficas… todo esto repercute sobre el quehacer cofrade, modifica los parámetros del entramado social en el que se desenvuelven las Hermandades y en no pocos casos son detonantes que exigen comportamientos inéditos, a veces impensables.


Es fácil echar una mirada a nuestro alrededor y contemplar a nuestros contemporáneos que ya no miran al cielo para resolver los problemas de la tierra. Los campesinos han dejado de sacar en procesión extraordinaria al santo patrón del pueblo en esas rogativas que desde los altares se denominaban ad petendam pluviam , y, en vez de eso, telefonean al servicio meteorológico y, si la tierra no produce fruto, no le rezan a la estampa piadosa, sino que cambian los abonos y se asesoran por un perito agrícola. Ha dejado de pensarse en la otra vida para dedicar todos los esfuerzos a sacarle el mayor partido a ésta y, en la juventud, con tan desmedida inconsciencia, que es doloroso contemplar las caritas de horrorizada sorpresa que presentan en las camas de los hospitales de traumatología los adolescentes que llegan a ellas a causa de los continuos accidentes de tráfico. Tal vez porque hasta entonces no supieron nada ni del dolor, ni de la fugacidad y finitud de la vida.


De considerar a la Religión como el puente dorado que nos invitaba a cruzarlo para gozar de la Vida Eterna, hemos pasado a clasificarla en los periódicos de ideología tradicional –en los otros, ni eso- al lado de las secciones de Economía, Cartelera y Cultura y Espectáculos.


“Hay quienes exaltan tanto al hombre que dejan sin contenido la fe en Dios”, advirtieron los santos padres en el último Concilio.


Todo esto genera un torbellino de sinsabores y angustias. Pero no seré yo quien, como colofón de estas líneas, haya de caer en la manida fórmula del “tenemos que hacer”… “tenemos que reaccionar”… “tenemos que abandonar la pasividad acomodaticia”… “tenemos que…” Destemplados toques de rebato preñados de pesimismo y desazón.


“La actitud de un cristiano no puede ser pesimista. Recordemos aquella situación de decadencia moral – asombrosamente repetida en nuestros días – que describía San Pablo y recoge Miguel Ángel Monge en “Ley natural y revelación cristiana”, en la sociedad más culta y avanzada de su tiempo. Fueron los cristianos de la primera hora quienes transformaron el mundo que se corrompía. No tenían medios, ni cultura, ni influencia, pero con su fe en Cristo se lanzaron audazmente a cumplir su misión”


He confiado siempre en la fértil imaginación de los cofrades y lo sigo haciendo ahora. Los brochazos apresurados que anteceden alteran la placidez de la pintura en modo tal que nada podrá ser ya igual que antes.


Pienso, y ya lo escribí, que han de plantar cara a los desafíos de la sociedad en la que se integra el mundo cofrade que nunca debe encerrarse en su burbuja particular, aunque esta sociedad se muestre indiferente o progresivamente agresiva desde sus crecientes sectores de marginalidad y ateísmo militante.


Y, por encima de todo, han de seguir proclamando la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor como lo han hecho siempre desde los lejanos tiempos anteriores al siglo dieciséis.


Demasiados cambios. Y las Hermandades no pueden salir indemnes de su zarandeo sin que, con prudente previsión, se hayan adaptado a ellos. O reaccionado, aunque se dejen jirones en el camino buscando ser bienaventuradas por causa de la justicia.


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(Más sobre el tema en mi libro “¿El fin de las cofradías?”. De venta en librerías. Ejemplares firmados en Papelería Veracruz. Jesús de la Vera Cruz, 27)



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