lunes, 21 de diciembre de 2015

PALABRAS SUSTITUIDAS


Guardo las tarjetas censales que acreditan mi inscripción y la de mi parienta para votar y me informan donde debo hacerlo. Las conservo hasta que llegan otros comicios y entonces las sustituyo. En esta última ocasión, no me atrevo a calcular cuando será eso aunque algunas voces que me parecen acreditadas auguran que pronto.

No he faltado a ninguna convocatoria. Los que, como yo, corrimos un día delante de los grises sabemos por experiencia la importancia de un voto. A ese señor Cayo que tan magistralmente describió Delibes, se lo disputaban los que subieron a la aldea donde habitaba conscientes de su valor. El mío y el de mi santa han visto como caían en las urnas los muchachos y la muchacha que presidían la mesa electoral que nos tocaba.

“Tiene usted voz de comentarista” me dijo uno de ellos mientras dejaba expedita la ranura del receptáculo. Asentí halagado mientras sus compañeros le explicaban sucintamente mi personalidad, pero yo me quedé con la sustitución de la palabra. “No me ve como locutor, pensé, sino como comentarista”.

El tiempo y las maneras de hablar sustituyen los vocablos. Antonio Burgos escribía el otro día que todos los que habían pedido su voto le habían tuteado. Yo no me extraño. También me tutea la femenina voz de cadencias americanas cuando me telefonea, por supuesto en momentos intempestivos, para venderme algo y hace mucho, muchísimas décadas, que nadie me llama señor. A lo sumo se dirigen a mí nombrándome “caballero”. Lo mismito que el guardia cuando te detiene para ponerte una multa.

Yo sustituyo la tarjeta censal. Ellos, las palabras. Y, mientras tanto, unos y otros, los españolitos que así hablamos  y votamos, no somos capaces de ponerle sencillas las cosas a Rajoy para sustituir un gobierno con facilidad.

Me apuesto algo a que Susana le quita el puesto a Soraya. 

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