domingo, 13 de marzo de 2016

LO QUE ME GUSTÓ Y LO QUE NO ME GUSTÓ DEL PREGON DE RAFA SERNA


Así que después de cumplir  mis deberes de enfermería con mi parienta, me acomodé a gustito frente a la tele para escuchar el Pregón- Y lo hice con un cuadernillo de borradores que había dejado mi nieta a mi alcance sin ocultarme el morboso deseo de convertirme en crítico. Lejos de la acritud, pero tampoco cerca de la lisonja.

Anoté la hora de comienzo. No muy taurina, por cierto, a pesar de estar en el Maestranza porque las señorías y el pregonero aparecieron con unos minutos de retraso y con pocas modificaciones en el conjunto presidencial, salvo la inclusión de dos macetones, como creo recordar que se hizo en versiones anteriores, que rompían la fila de personalidades presentes..

Cuando las cámaras ofrecieron un primer plano del pregonero supuse con satisfacción que iba a ver cumplida una de mis sugerencias manifestada desde años atrás: que el orador gozase de movilidad sobre la escena.La imagen de Rafa Serna se ofrecía con un micrófono diadema de los que los modernos avances televisivos ponen al alcance de los oradores para permitirles abandonar el atril y pasearse a placer por el escenario.

Me equivoqué. Rafa no abandonó ni un solo segundo la proximidad del ambón desde donde pronunció su emotivo y lírico discurso.

Con esto dos adjetivos paso sin transición de lo negativo a lo positivo. El Pregón me gustó una barbaridad.

No ha sido el único pregonero que aborda el desafío de confeccionar una pieza literaria totalmente en verso. Rafael Belmonte lo hizo así. Y Murciano, también. El verso tiene sus exigencias y requiere un recitador convincente.  Rafa Serna demostró con creces su dominio de la poesía oral desde el primer momento de su intervención.

Y dotó al acto de dos aportaciones inéditas: la intervención de la música. Genial, especialmente en la primera, que Victor García Rayo, como acostumbra, desde la tele del Correo supo describir con acierto, dando comienzo a su locución  como si fuera un paso saliendo del templo.

A través de la confidencia del pregonero a un amigo suyo he sabido que  leyó el texto al Arzobispo y que Monseñor Asenjo, que también se había provisto como yo, de un papel para anotar correcciones, se lo devolvió en blanco.


Lo mismo hago yo ahora con mi aplauso retrasado de enfervorizado público del teatro.

domingo, 6 de marzo de 2016

EN LA MUERTE DE DON PUBLIO


Cuando me disponía a desmontar la orla de luto de la entrada anterior, de nuevo el tañido luctuoso de la campana me ha avisado de otro fallecimiento de un ser querido. El del venerable sacerdote don Publio Escudero y Herrero, alma mater de los Cursillos de Cristiandad, después de que los creara Monseñor Hervás, y clérigo entrañable y ejemplar de profunda significación en el alineamiento del cristianismo militante de numerosas generaciones de mi juventud. Entre ellas, la mía.

Don Publio fue además el cura que nos casó, a mi mujer y a mí, el que bautizó a algunos de mis hijos y el que siempre supo mantenerse en un modesto segundo plano de orientación y de servicio a las necesidades espirituales de mi familia.

Palentino de origen, nació en San Llorente del Páramo y llegó a Sevilla el mismo año de su ordenación sacerdotal, permaneciendo en la ciudad en cuya Catedral llegó a ser canónigo y capellán real.

Su inquietud por el apostolado militante no conoció límites. Era increíble su capacidad de entrega y de trabajo. Su amor por los demás y su memoria prodigiosa capaz de retener rasgos fisionómicos para identificar con nombres y apellidos a todos los que fueron pasando por los Cursillos en la Casa de Ejercicios de San Juan de Aznafarache.

Las Hermandades de Penitencia, de Gloria y Sacramentales y el Seminario Metropolitano fueron recogiendo en un goteo que llega a nuestros días los frutos de estas cosechas de cristianos entusiastas.

Es muy posible que un día le veamos en los altares. Ni herederos de su palabra y su acción católica le van a faltar.

Muchos ya empezarán a rezar a Dios, a su Hijo Jesucristo y a su Madre María por su mediación.

Yo, entre ellos.



viernes, 4 de marzo de 2016

EN RECUERDO DE FERNANDO

Salgo de mi forzada ausencia. Dejé de escribir transitoriamente en el blog por mor de las enfermedades. No mías, aunque la verdad es que no anda uno ni en la flor de su juventud, ni en el vigor del carnet de identidad con antigüedad de pocas décadas, sino en los males y no suaves de la parienta a la que hace un mes hubieron de intervenir quirúrgicamente. Va mejor y le dio gracias por ello a Dios y a su hijo Jesucristo y a la Seguridad Social y a sus fenomenales médicos y personal auxiliar que la mantienen a mi lado.

Pero no es de esto de lo que quería hablar y lo que me ha movido a desprenderme de la bata blanca de enfermero bisoño, sino de Fernando Carrasco que nos ha dejado a los profesionales de la información huérfanos de su bondad y su categoría de periodista y escritor.

Fernando ha muerto de pronto. Con poco más de  cincuenta años. Cuando su actividad como cronista taurino y especialista en la información cofrade así como su dedicación a la literatura novelística con títulos tan acreditados como  «Inri», «El último imán de Ishbilya» y «El hombre que esculpió a Dios» hacían prometer un futuro de éxitos.

La última de ellas se estrenó como obra de teatro el pasado 27 de febrero agotando todas las localidades, incluso de las funciones añadidas por la gran afluencia de público.

Me han dicho que venía de presenciar una de las últimas representaciones cuando cayó fulminado precisamente delante de la Maestranza y las asistencias que acudieron en su socorro no pudieron hacer nada por mantenerle con vida.

Fernando era compañero y amigo ejemplar. Pedí que me presentara una de mis novelas en la Fundación Cruz Campo y no solo salió airoso de su cometido, sino que brindó a la audiencia de aquel acto un compendio de excelente crítica literaria.

Lloro su ausencia. Le he pedido a Carlos Peris que  transmita mi pesar a su padre, veterinario de la plaza de toros que fue presidente de las corridas hasta su jubilación. Ahora lo hago público con estas breves líneas. Me parece un elemental deber de justicia y de homenaje al amigo y compañero entrañable que nos acaba de dejar.