viernes, 6 de mayo de 2016

ENCENDIDO,NO


Sigue la racha de los indultos taurinos. Y yo que me alegro un montón. Ahora le ha tocado a “Tonteras” de la ganadería de Zalduendo y el bravísimo y noble ejemplar fue lidiado en la plaza de Jerez por Alberto López Simón.
En mi libro de versos taurinos “Balconcillo de sol” incluí un romance titulado “Elegía a la muerte de un toro” que perdió la vida porque se anticipó al tiempo que le correspondía. Hoy hubiera sido indultado también.
Repito el poema para que quienes me hacen la atención de leerme y son aficionados comprendan el porqué.

“Elegía a la muerte de un toro”
 “Encendido” te llamaste,
negro toro, negro, negro,
ni mulato, ni bragao,
negro toro de Zalduendo,
procedente de los llanos
con encinas recubiertos
donde sangre de Jandilla
escondida está en tu hierro
y repite en las camadas
un hervor de toros fieros.
Tu destino fue la plaza
más cabal del Universo:
veterana como pocas,
maestrante y de respeto,
donde, recias las hazañas,
ya estuvieron tus abuelos
del encaste Tamarón,
del Marqués y los de aquellos
que, poniendo mimbres duros,
tu bravura consiguieron.
Te llamaron rojas flores,
tras los rojos burladeros,
y rojiza fue tu sangre
de respuesta con denuedo
cuando el lomo dos lanzazos
te lo hacían coladero.
Luego fuiste mástil móvil
de banderas contra el viento
y, por fin, un niño rubio
con un trapo fue a tu encuentro;
mas detúvose, impasible,
en la boca de los riegos
y, allí mismo, planta erguida,
te citó desde lo lejos.
Fuiste raudo, cual centella,
tras aquel rojo pañuelo
que seguiste sin que nunca
lo rozaras con tus cuernos
y, al final, viste en la mano
de ese niño, tu torero,
un metal con muchos soles
acerados en destellos.

Se llamó muerte el estoque

que, goloso, entró en tu cuerpo
y supiste que morías
y allí justo te habrías muerto;
pero sentiste tu raza
desde el hondón de los tiempos
y te dijiste que no,
rey de los campos abiertos
y mariscal de manadas
de los toritos más negros:
Tú no podías echarte
junto a los tristes tableros.
Tú no podías rendirte
aun con la muerte en tu cuerpo.
Tú deberías seguir
hasta el final embistiendo
y así lo hiciste, valiente,
con dignidad, como el reo
que, en el cadalso infamante,
mira a la gente sin miedo,
y caminaste, solemne,
hasta llegar hasta el centro
de esa moneda brillante,
a la que llaman el ruedo,
y, allí, monarca sublime,
abandonaste tu cetro
y te dejaste caer
cuando quisiste, maestro
de las gallardas proezas
de tus más bravos ancestros.
Muerte de bravo tuviste.
Muerte con casta. ¡Qué bello
es el morir de un buen toro!
Todas las gentes lo vieron:
Era “Encendido” su nombre

Y su camada, Zalduendo.

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