sábado, 5 de noviembre de 2016

LA SALIDA DEL GRAN PODER


Sí, fue como en la Semana Santa. Una madrugada intemporal con el Señor cruzando su plaza de San Lorenzo tibiamente acariciado por la luz del atardecer. Una madrugada distinta y si cabe, que no se cabía, mejor. Madrugada sin espectadores irrespetuosos, sin gritos ni estridencias, hijos de la mala educación. Madrugada vespertina con devotos orantes y silencio sin imposiciones.

Yo estuve allí. La Hermandad, siempre pródiga en delicadezas ocultas, nos invitó a los hermanos más antiguos a presenciar la salida desde el interior de la Basílica. A las siete en punto se descorrió el cerrojo con el sonido rotundo de su presencia y el seguimiento encadenado de esos goznes a los que el ausente aceite de lubricación no enmascara sus chirridos hirientes.

No entró entonces en el templo el murmullo de la multitud. Desde el interior parecía que todos habían huido, que se habían ausentado temblando de pavor ante la cercana aparición del Dios Todopoderoso. Pero como quien llegaba era su Hijo Jesucristo, paradigma del amor y de la entrega, se quedaron, mudos y absortos.

Y allí estaban. Inmóviles. Respetuosos. Apiñados en multitud. Ante ellos desfilaron los hermanos en esas largas filas inacabables de la Madrugada tradicional a cara descubierta, con los cirios suspendidos dos cuartas por debajo de la llama. Casi un millar precedía al paso portado por la experiencia de su cuadrilla veterana de costaleros hermanos y conducidos por  la voz sabia de Manolo Villanueva.


Se arriaron las andas ante nuestras sillas. Miramos arriba. Cruzamos con El una mirada inolvidable. Y en ella pusimos nuestra angustia y nuestra esperanza. Como tantos sevillanos. 

No hay comentarios: