lunes, 20 de febrero de 2017

MANOLO ORTIZ, MAS PARA SU ESQUELA


Otro amigo más que se me va. Dice el obituario que ha muerto un sevillano de Madrid. Yo puedo escribir que ha muerto un sevillano de la calle Miguel Cid. De mi calle. Del número veinticinco, principal, izquierda y derecha. Hijo del taquígrafo de ABC Manuel Ortiz Sánchez Pozuelo que era además capitán de Oficinas Militares y había sido uno de los dos taquígrafos que tomaron el discurso fundacional de la Falange que pronunció José Antonio Primo de Ribera en el Teatro madrileño de la Comedia.

Su abuelo era el notario don Manuel Sánchez que tenía la notaria en la calle Alfonso XII. Sus amigos íntimos de la infancia los hermanos mellizos Juan y Francisco Carrero Rodríguez. El primero, el famoso analista de las cofradías que tiene hoy una callecita sin salida con su nombre en la calle Baños y Antonio Montesinos, cuyo padre era el encargado de Casa Rubio que vendía a los turistas los mejores abanicos decorados con acuarelas a mano con estampas de los toros y el barrio de Santa Cruz y esos paraguas que anunciaba Rafael Santisteban en Radio Sevilla:

¡Pero si esto es el diluvio...
Pues cómprate un paraguas
en Casa Rubio!

También estaba yo. Y mi hermano Rafael que nos precedió a todos en el último viaje.

La necrológica añade que se licenció en la carrera de Derecho. Puedo completar el añadido que con notas excelentes y que fue en la vieja Universidad de la calle Laraña, cerca del antiguo colegio de Portacoeli que todavía no se habían llevado los padres jesuitas a la Buhaira.

Y, algo más, que jugábamos a la pelota todos los medios días cuando salíamos del cole, sobre el enlosado de fichas de dominó mal dispuestas de la calle con pelotas de trapo y papel viejo... que él me regaló la primera novela del Coyote... y que, andando el tiempo, cuando yo iba a Barcelona en el mes de Septiembre para grabar con Radio Nacional el Festival del Mediterráneo, me recibía en su despacho de gobernador civil y hablábamos de Sevilla.

Podría seguir, pero temo que mi corazón no me lo va a permitir sin meter la pata. Adiós, Manolo. A lo mejor volvemos a vernos cualquier otro día.

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