martes, 11 de abril de 2017

DECEPCION EN EL BANCO


Corría un chiste por ahí que definía la decepción como reacción que produce en el ánimo de un cliente de entidad bancaria comprobar que la persona que le va a conceder el crédito no es la misma que, sonriendo, le invita a solicitarlo en televisión.

Me acordé cuando fui a mi banco de siempre para que me dijeran  en qué condiciones transferían a mi cuenta corriente el dinero contante y sonante del que puedo disponer en mi tarjeta de crédito.

Conecté con el alter ego del publicitario de la pequeña pantalla protagonista del chiste que me informó del mejor procedimiento, me hizo las cuentas y, con unos datos de intereses a pagar y plazo generoso para devolver la cantidad prestada, me invitó a regresar al día siguiente a ultimar la operación.

Torné, optimista y esperanzado y voy a resumir lo que me ocurrió.

(Sí ya sé que estamos en Semana Santa y tal vez se considere como prosaico e inadecuado comentar un tema como éste, pero el tiempo no se para aunque deseemos detener los relojes cuando desfila el cortejo de la cofradía que nos llega al alma bajo la luna de plata y entre naranjos en flor.)

Mi sonriente y receptivo amigo me condujo a la presencia de una eficaz señorita que me presentó como gestor de banca personal, dejándome en sus manos. De inmediato ésta me invitó a firmar una serie de documentos: Un contrato de modificación de mi cuenta actual de 12 folios... una información previa al contrato de crédito de 3 folios y un consentimiento para la utilización de firma manuscrita digitalizada de 1 folio.

Cuando le dije que no tengo por costumbre firmar sin enterarme de lo que firmo, me contestó que no podía dejármelos sin haberlos firmado, que ella me resumía el contenido. 

Acepté a regañadientes.

Entonces me informó que el banco me regalaba una acción y tornó a poner papeles a firmar ante mis narices: Un contrato básico de servicios de inversión en valores e instrumentos financieros de 6 folios y un contrato tipo de custodia y administración de valores de 8 folios.

Repudié la acción. ¿De qué me iba a servir convertirme  en el mínimo accionista del banco? (Supe que otro peticionario antes que yo había hecho lo mismo).  

Pregunté cuándo me ingresaban en cuenta el dinero pedido y, para mi sorpresa, me contestó con otra pregunta: ¿en qué me iba a gastar los fondos que me concedían?, demostrable con facturas o presupuestos.

No aguanté más. Agradecí sus servicios y anulé la operación.
Aun me quedaba un tocho escritural: el contrato de modificación de la cuenta que tenía, 11 folios.

¿Me los puedo llevar a mi casa para leerlos con tranquilidad?... inquirí al final.

Por supuesto, contestó. Anotó en la cabecera de la primera hoja “Anulado” y me los entregó dentro de un sobre grande.


Aquí lo tengo.

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