El coste tremendo de la deriva separatista correrá a
cargo del esquilmado bolsillo de los ciudadanos medios y las molestias de la
actuación de los piquetes cortando calles y vías férreas ante la pasividad de
los agentes del orden para que los belgas no les acusen de brutalidad policial
las sufrieron los que iban a su trabajo y no se meten en semejantes líos tal
vez porque ya superaron la barrera de esa juventud adoctrinada y envenenada
metódicamente durante años a la que en la actualidad es muy difícil bajar del
delirio de su droga.
Los años invertidos en esa concienzuda pedagogía están
dando ahora sus frutos. Es imposible revertir la situación a corto plazo y que
la joven sociedad catalana aferrada a la mentalidad que les han formado con
supercherías caiga de sus errores.
Nada de esto se ha improvisado. Los dirigentes
nacionalistas saben de sobras que han construido una ficción que defienden con
palabras cínicas tratando de cautivar adictos.
Quienes creyeran que con la aplicación del artículo 155
de la Constitución estaba arreglado todo, pronto han caído de su espejismo.
Al
gobierno toca en este momento complicado y difícil dejarse de prebendas que
nunca saciaron la implacable demanda de los separatistas y seguir por la senda
de firmeza constitucional marcada por el monarca.
A ello yo añadiría algo más: aumentar la plantilla de sus
asesores en Relaciones Públicas y pedirles que se pongan las pilas recordando
el principio esencial sobre el que
actúan estos profesionales: “hacerlo bien y hacerlo saber”.
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