domingo, 4 de febrero de 2018

LOS GOYA



Mi capacidad de sufrimiento es una peculiaridad de mi carácter que, de vez en cuando, me proporciona inesperadas sorpresas.

La más reciente está relacionada con la emisión televisiva de los Premios Goya y, en este caso, me he descubierto con una soterrada predisposición a la mortificación digna de seminarista propenso a la utilización de silicios.

Acababa de tragarme sin pestañear la introducción del nuevo humor? del dúo que forman Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla a lo que había seguido el vómito sobre El Langhi y había oído con la incredulidad correspondiente el alegato de Arturo Valls conocido como presentador del concurso televisivo “Ya caigo” diciendo que “no era una noche para reivindicar y que se debería hablar más de cine y de lo que cuesta producir una película”.

Esto dicho después de que Isabel Coixet, la directora premiada de “La librería” pidiera “más mujeres en el poder que es lo que hace falta” se valoró inmediatamente como un patinazo inconmensurable y yo pensé que Valls había vuelto a hacer la gallina, imitación gutural que tan bien le sale cuando coordina su concurso.

Mi gente cuando me descubrió ante la inclemente pantalla clamó alarmada y corrió a zapear con el mando a distancia buscando un programa sustituto. Luego me tomaron el pulso y la tensión arterial y se quedaron un buen rato a mi lado hasta que dedujeron que me había restablecido.

Televisión debía avisar con tiempo de amenazas como ésta que, además, y, por si fuera poco, patrocina una colonia que se llama Agua de Sevilla. Espero que no me la regalen nunca.

Siempre echo de menos a Evaristo Acevedo, el columnista de La Codorniz, la revista más audaz para el lector más inteligente, como se calificaba, creador de “la cárcel de papel” su columna en el semanario satírico, donde encausaría a los autores y cómplices responsables de la transmisión y del hecho delictivo.

Su colectivo de reclusos habría aumentado anoche al menos con tres internos más.

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